Más allá de los monocultivos del género, los horizontes trans
The English version of this essay, titled “Beyond Gender Monocultures, Toward Trans Horizons,” was published on our site in November, 2022. Ganda/Max D. López Toledano and Álvaro Padilla translated it into Spanish in 2023, and it was guest edited by Nicolás Rueda.
Vivimos en la era de las plantaciones. Sus lógicas gobiernan nuestro mundo. Desde el diseño de paisajes hasta las actitudes culturales, las lógicas de las plantaciones organizan y disciplinan la vida a nivel mundial. Sus principios son sencillos: la vida, en todas sus formas, debe ser aislada y su crecimiento estandarizado. En una plantación, la vida se contiene y se le niega su interconectividad con otros seres en nombre de la optimización de su producción masiva. Las plantaciones dependen del exterminio violento de mundos vivos, endémicos, interdependientes y complejos para ser reemplazados por monocultivos. El despojo es un componente crucial en este proceso, y ha hecho de las plantaciones un componente clave para la expansión imperial desde los comienzos del período colonial. Como nos recuerda la antropóloga Anna Tsing, “Las plantaciones produjeron la riqueza y el modus operandi que permitieron a los europeos conquistar el mundo.”
El sistema binario de género es una plantación.
La vida humana también está subordinada a las lógicas de la plantación ya que los entendimientos modernos del trabajo humano conciben a éste como una unidad intercambiable y reemplazable. El trabajo se mide mediante métricas estandarizadas y se posiciona en el centro de lo que nos da valor como personas. Detrás de esta idea, yace la premisa que “el humano” por sí mismo se puede entender de una manera estandarizada, conceptualizando a cada persona como una unidad autocontenida y ajena a las esferas interconectadas de lo viviente. Esta manera de entender ‘lo humano’ es más dominante hoy que nunca. Se perpetúa por el mito neoliberal de la ‘autonomía’ e ‘independencia’ que nos empuja a olvidarnos de nuestra interdependencia con distintas ecologías vivientes con las cuales estamos involucrades—dentro y más allá de las relaciones ‘humanas’. En estos tiempos, la justicia climática, el cuidado entre especies y el apoyo mutuo son más urgentes que nunca. No podemos permitir entendernos a nosotres mismes y a les demás a través de la lógica que presentan las plantaciones. No podemos permitir que el “Plantacionoceno” (según nombran Donna Haraway y Anna Tsing a esta era geológica) gane.
Las lógicas de las plantaciones configuran nuestras vidas vastamente, cimentándose en las maneras en las que nos identificamos y nos relacionamos con otras personas. Las plantaciones le dan forma a muchas dimensiones de quiénes somos, pues, como lo explica Sophie Chao, estas “reconfiguran de manera radical” nuestro entendimiento propio como personas. En este ensayo, exploramos las maneras en las que las lógicas de las plantaciones llevan a la producción masiva del género en su iteración cis, binaria y colonial. Tal como lo hace con los ecosistemas endémicos, el Plantacionoceno nos empuja a erradicar el caos, la diversidad, y la interconectividad de nuestras experiencias del género. En su lugar, nos moldea para acuerpar identidades producidas a escala masiva. Esto es algo que todes podemos desafiar. Partiendo de nuestras experiencias como dos personas trans no binarias del Sur Global, proponemos lo trans como un horizonte de posibilidades que nos permite romper con las maneras en las que nuestras vivencias del género han sido aisladas, estandarizadas y también disciplinadas. Nuestros géneros no tienen porque quedarse encerrados en plantaciones. Pero, ¿de qué manera cultiva el género el Plantacionoceno?
Monocultivos de género
Utilizamos la noción del ‘monocultivo’ para pensar en el género. Los monocultivos son el principio organizador de cualquier plantación. En una plantación, se coerce tanto al territorio como al trabajo con la finalidad de producir un único cultivo a un ritmo acelerado. Estos cultivos, a su vez, son “administrados para obtener un crecimiento uniforme, sin la interferencia de otras especies, y se procesan y cosechan por máquinas y trabajadores anónimos”. En el fondo, un monocultivo es una manera industrial de organizar la vida que depende de la producción masiva de un solo tipo de ser aislado de otras formas de vida.
Es aquí donde la noción de “monocultivos de la mente” que propone Vandana Shiva nos invita a reflexionar en lo intrusivos que son los monocultivos, llevándonos no solo al empobrecimiento ecológico, sino también a un ‘empobrecimiento cultural’. Se nos enseña a erradicar la diversidad y la complejidad de nuestros pensamientos y de nuestra percepción del mundo. Es en este sentido que proponemos el término “monocultivos del género” para reflexionar sobre cómo los monocultivos fungen como una estructura organizadora de las vivencias en torno al género.
Los monocultivos del género producen masas explotables que sostienen sistemas imperiales como el capitalismo colonial.
El sistema de género binario es una plantación: se le caracteriza por un deseo por controlar y esterilizar, por una distribución del trabajo forzada y explotadora, y por la erradicación de ‘lo diverso’ en la búsqueda de unidades de producción optimizadas. Tanto las plantaciones como el género se gobiernan mediante una lógica dicotómica cuyo mecanismo principal depende de una división entre el “Yo” y el “Otro”. Tanto las plantaciones como el género requieren de procesos de ‘purificación’, puesto que la diversidad contamina, y la contaminación debe ser eliminada en esta manera de concebir y organizar el mundo.
Es en este paradigma que la feminidad y la masculinidad se entienden como cultivos que deben ser separados y definidos en jerarquías antagónicas. El hombre—fuerte, proveedor, autosuficiente y racional—es el cultivo dominante, mientras que la mujer—delicada, servicial, cuidadora y emocional—contamina. El sistema colonial y binario del género depende de estas oposiciones. Al igual que en una plantación, el género debe ser monitoreado constantemente, disciplinado y purificado de elementos no deseados para prevenir que se dé una contaminación cruzada entre hombres y mujeres. Cuando hay contradicciones, el sistema entero se tambalea porque, sin una distinción nítida, el orden colonial del género y la sexualidad se vuelve inestable. Como tal, se nos disciplina para mantener estas diferencias. Al crecer, se nos entrena para alinear nuestro comportamiento con una u otra de estas categorías construidas—pero nunca las dos—a sentir peligro cuando nos alejamos de la norma y a revisar constantemente nuestro comportamiento conforme a esta. Entre más separada esté una categoría de la otra, mientras más falsamente enajenadas estén de sus similitudes, es más difícil que el sistema se colapse y dé cabida a la diversidad y el desorden.
El género binario se sostiene por un régimen fronterizo que recompensa a aquellos que alimentan su compulsión por separar las cosas, disciplinando, a menudo de manera violenta, a aquellxs que no. Cuando algunos cuerpos desafían estas fronteras, creciendo en los márgenes del sistema y aceptando la contaminación entre sus distintas partes, el sistema busca desyerbarlos. Los personajes estigmatizados a nivel cultural (en México, como mínimo) como el ‘joto’, el ‘maricón’, la ‘lencha’, o la ‘vestida’, son en realidad cuerpos que resisten y desafían al sistema. Pero se nos castiga mediante la instalación de la vergüenza, mecanismos de exclusión social, cultural y laboral, y mediante una violencia directa que llega incluso hasta la muerte misma. Este es el castigo que corresponde por bailar en los bordes de la plantación del sistema de género binario y colonial.
Tanto el género como las plantaciones se caracterizan por la manera violenta en la que se gestionan, pero también por las divisiones forzadas de trabajo que les acompañan. Históricamente, las plantaciones han funcionado explotando el trabajo de nuestros semejantes, tanto humanos como no humanos. El género, a su vez, facilita procesos de despojo capitalista mediante el trabajo forzado de las mujeres. El trabajo reproductivo y de cuidado que se les asigna a las mujeres y que se disfraza como un suceso “natural”—un “instinto”—, es en realidad una forma de trabajo no remunerado que, debido a diversas normas sociales, oculta la violencia que yace detrás de las relaciones de poder patriarcales. El amor romántico heteropatriarcal, por ejemplo, glorifica el sufrimiento y el cuidado desigual de maneras que favorecen al hombre. Es así que la producción masiva de “hombres” y “mujeres” dentro de un sistema binario genera masas explotables que alimentan sistemas imperiales como lo es el capitalismo colonial, implementando procesos de división y purificación que entendemos como monocultivos del género. Estos son sistemas que no podrían existir sin la extracción de trabajo ecológico, feminizado y racializado.
A medida que abandonamos los monocultivos impuestos sobre nuestros cuerpos, lo trans nos abre horizontes para que creemos y cuidemos de nuestro propio policultivo del género.
Las plantaciones dependen de regímenes fronterizos para administrar qué y quién entra y qué se queda afuera. El género, asimismo, necesita fronteras. Sin una línea divisoria entre hombres y mujeres, el sistema se desmorona. El clima de violencia que viven y resisten los cuerpos disidentes nos recuerda mantenernos alejadxs de las fronteras—acercarnos significa peligro. Inclusive, la mayoría del tiempo se nos enseña a ver las fronteras como hechos “naturales” sin siquiera cuestionar de dónde parten y cómo se construyen dichas divisiones. No obstante, cuando vemos la frontera como algo artificial, entendiendo que nuestro confinamiento es por diseño, empezamos a ver las rutas de escape. ¿Qué hay del otro lado?
Más allá de la frontera
Proponemos lo trans—en un sentido expansivo—, como una fuerza que irrumpe con las lógicas del Plantacionoceno, especialmente en nuestros espacios más íntimos. En las maneras en las que el género se confecciona hoy en día, ser trans significa existir más allá de las fronteras del Plantacionoceno. Nos rehusamos a obedecer las fronteras de género que confinan nuestra existencia y limitan las posibilidades de nuestro ser. Nuestros cuerpos no son territorios de conquista que puedan ser gobernados por mandatos patriarcales y coloniales. Lorena Cabnal, feminista decolonial de la Abya Yala, articula nuestro deber político de la manera más clara posible: “¡Debemos reclamar y defender nuestro cuerpo-territorio!”. La exploración de nuestros cuerpos y el mapeo de nuestros géneros nos pertenece a nosotres y solo a nosotres. Rechazamos cualquier narrativa hegemónica sobre el cuerpo y la psique que dicte quiénes somos y cómo nos tenemos que relacionar con nosotras mismas y con les demás. Le damos la bienvenida al desorden, a las contradicciones, a la interdependencia y a la contaminación en nuestros devenires de género. Mediante nuestras vivencias trans, rechazamos las maneras en las cuales nuestras vidas han sido aplanadas y esterilizadas. Lo trans, más allá de cualquier binario, es un eje desordenado en maneras que las plantaciones nunca podrán acuerpar.
Nuestras comunidades tampoco son monocultivos. Son policultivos. En un policultivo, muchos tipos de seres crecen juntos. Aprendemos de la milpa—una técnica ancestral de México y Centroamérica que se basa en el cultivo simbiótico del maíz con quelites y otras especies vegetales—, que nuestra existencia y florecimiento siempre son interdependientes. El género no es un disfraz estandarizado que nos ponemos sobre nuestros cuerpos. Nuestra existencia es relacional, siempre arraigada en una ‘ecología de seres’, en la cual, como Eduardo Kohn describe, seres de todo tipo—microscópicos y macroscópicos—nos contaminan activamente. Inevitablemente nos moldeamos unas a otras, y nuestro florecer es colectivo. Somos plurales, tal que nuestro cuerpo es interdependiente con otros desde nuestro primer aliento. Es así que nuestros géneros, como parte de nuestros componentes como personas, nunca podrán ser abarcados por completo por una categoría única y homogénea. En vez, leemos al género como una constelación que puede ser mapeada y re-mapeada para articular, pero nunca prescribir, nuestra existencia trans. Esta constelación ni siquiera necesita aferrarse únicamente a ‘lo humano’. Cualquier forma de vida, al expresarse y escuchar a otra de manera intencional, puede volverse una parte integral de quiénes somos. De pronto, la plantación se vuelve un jardín lleno de yerbas y maravillas.
Permitir que la polinización cruzada enriquezca nuestras relaciones puede ser necesario no solo para sanar, sino también para sobrevivir a la crisis contemporánea. En los tiempos de precariedad ecológica en los que vivimos, no podemos ignorar los monocultivos de género que han sido impuestos sobre nuestros cuerpos. A medida que los abandonamos, lo trans nos abre horizontes para que creemos y cuidemos de nuestro propio policultivo del género. En estos policultivos, nada está determinado. El trabajo, el amor, la ropa, el lenguaje, la naturaleza, las epistemologías, y las ontologías son todas herramientas con las que podemos jugar.
En lo trans encontramos familia. En la familia, en palabras de Anna Tsing, encontramos “posibilidades para la vida en las ruinas del capitalismo”. Desde nuestras vivencias trans, los lazos colaborativos y contaminados nos unen entre nosotres de maneras que podemos mapear con creatividad. Nuestras expresiones e identidades de género son conductos para transformar un mundo hostil en lugares de florecimiento simbiótico, creando posibilidades para abandonar las fronteras que dibujan las plantaciones. Saber que nuestras familias trans existen en algún lugar del mundo, es saber que el mundo está lleno de sitios en los que podemos florecer, incluso si estos lugares han sido dañados por devastación colonial en todas sus dimensiones. Lo trans reintroduce seguridad en sitios en los que se nos ha dicho que no pertenecemos; reclama la vida en entornos diseñados para morir.
Lo trans nos recuerda que acomodamos y significamos el mundo de manera colectiva todo el tiempo. En nuestro intento de librarnos de las plantaciones, lo trans nos ofrece una ruta de escape. Es entonces que nuestra tarea se vuelve construir un mundo más allá del escape. Los tiempos en los que vivimos requieren de acción decisiva, y que tomemos dichas decisiones de manera colectiva. Este proyecto de hacer mundo requiere que regresemos a nuestra interconectividad, humana y también más allá. Es ahí donde el horizonte de posibilidades trans entra en juego. ¿Qué queremos sembrar en nuestro policultivo del género?
Imagen mostrada: Bosque tropical en Singapur. Foto tomada por la autora, 2022.
Ganda/Max D. López Toledano (elle/ella) es antropólogue por parte de la universidad Yale-NUS en Singapur. Sus intereses de investigación orbitan alrededor de temas como lo son la descolonización, la diversidad sexogenérica, las humanidades ambientales y los deportes. También es futbolista y corredora de larga distancia. Contacto. Twitter.
Topaz Zega (elle/ella) es una anarco-ambientalista por la justicia que trabaja con Fridays For Future MAPA, LEGADO Gaia, y Futuros Indígenas. También es Fellow de Culture Hack Labs. Su defensa se centra en ecologías transexuales, la relacionalidad y las sinergias entre los movimientos juveniles y la defensa de la tierra y el territorio. Contacto
Este ensayo fue traducido en parte por Álvaro Padilla.
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